De la ciudad al pueblo. Del espacio urbano, al campo. Otra frontera menos. La calle del pueblo no es la calle de la ciudad.
L’Encarnació se apareció en las cascadas caldas de Les Escaules, al lado de Figueres, Girona. Hasta allí llegamos Isil, Remy, Ainoa, Pol y yo. Cristalizó la idea de Alessandra la matemática como el agua clara y templada de aquella cascadita, río y poza. Íbamos a dejar los objetos que habían viajado con nosotras aquella semana. Eran objetos con muchos vínculos atravesados. Muchos tiempos y espacios. Sería una instalación altar de la virgen puta de La Encarnación. La iluminación de la ciencia ante un grupo de paisanos que Atenea habría enviado a pasear por allí. Lo íbamos a hacer como acción espontánea dentro del Festival de performance la Muga Caula. Y lo hicimos. Pero no duró ni un dia. Algún paisano se encargó de «limpiar» el espacio de aquellos escombros con forma triangular que dejaban entrever la imagen corpórea de una mujer vieja y sabia, una bruja post-farmacopaper que habría diseminado en aquel idílico lugar sus más preciados encantos y beneficios materiales e inmateriales.
Ya habíamos hablado con Joan Casellas, el director de aquel sarao con once soleras, que nos abrió literalmente las puertas de su casa. Nosotras veníamos de la ciudad y traíamos plástico. Estábamos en la cuna de los surrealistas y dadaístas catalanes, en especial, duchampianos. Pero éramos de nuevo nota discordante. Fueron tres días de convivencias y performance. Presenciamos acciones muy bonitas. Comimos, bebimos, conocimos a mucha gente performera y dejamos correr la imaginación.
Y el último día L’Encarnació recobró su vuelo y desapareció. La instalación desapareció literalmente del rellano de la cascada. Asombro. No obstante, más allá de suposiciones pues nos consta, respetamos la decisión de algún hogareño de desmantelar antes de la finalización del festival nuestra instalación. Es más que entendible no querer ver plástico en tu entorno, sea el monte, el campo o el mar. Esto tenía el salvoconducto de «arte». Pero no fue suficiente. El arte no fue suficiente. La persona que desmanteló el instal.altar hizo desaparecer todos los objetos. Hacha y brocha incluidas.
Había llegado el accidente. Y moló. La Encarna había desaparecido igual que apareció, sin aviso. La cara de la Encarnació la verás en revistas, periódicos, telediarios, o en una cascada. Al mirarte al espejo, te vuelves a ver. Algo ha pasado. Algo ha cambiado. «Encarnando, evolucionas». Quizás lo dijo alguna colega de Darwin.